Kristof Hahn

2021. Room40

 

Los sonidos envolventes de ‘Erwachen’ anuncian inmediatamente la calidad expresiva de la música de uno de los miembros más determinantes de la última etapa de los estadounidenses Swans. Una pieza que destaca por sus diversas capas llevadas adelante como un núcleo de meditación y delirio. Dos conceptos que parecieran distantes pero que en la guitarra y pedales del alemán Kristof Hahn aparecen ricamente unidos. Tonalidades que continúan en los fantasmagóricos cinco minutos de ‘Gewimmel’, resaltando el uso de la guitarra acostada o como mesa, denominada lapsteel guitar, instrumento de siete, ocho o diez cuerdas que declara, en este caso, un espacio adverso y de cierta desesperación.

 

El drone de ‘Vogelfluhlinie’ se acerca a las atmósferas de Swans, a sus inmensas piezas de brutalidad que encuentran en las secciones de Kristof Hahn un sentimiento muy parecido a la piedad, como si su generoso sonido se tornara celestial e inmaculado. Una emoción como la que ofrecen los rostros de las antiguas pinturas y frescos de Piero della Francesca o Rogier Wan der Weyden, expresiones serenas cuyo bálsamo es fecundo en paz y espiritualidad. Una ligera luminosidad que luego ‘Cape Horn’ retuerce hacia lo espectral, de grandes espasmos sonoros que sirven para escapar de un trance que ahora es profundamente sombrío.

 

En ‘Schwere See’ se presentan algunas modulaciones arpegiadas que arrancan del carácter inmutable de las cuerdas horizontales. Una frecuencia igualmente abstracta que clama que el hombre siempre se ha encontrado sobre tierra estéril y es únicamente el sonido el capaz de elevarlo hacia al cielo. El disco termina como empieza y ‘My Bed is Spinning’ se escucha paranoica y en desequilibrio. La música que cae a través del vacío o de una herida. Un descenso sonoro continuo que se interpreta como cercano al proceso posterior a la muerte. Son sonidos que se posicionan unos sobre otros, sombras sobre otras, cuerpos y sus almas.

 

Carlos Navarro A.