Mark Lanegan: La luz te está llamando Hoy, el crooner del grunge estaría de cumpleaños Lunes, 25 de Noviembre de 2024 (Publicado originalmente en revista #Rockaxis225, marzo de 2022) Mark Lanegan ha muerto a los 57 años, en un prolífico momento de su carrera y después de haber enfrentado con éxito a la muerte un par de veces, en años en los que acostumbraba a maltratarse bastante. Repasamos una carrera solista con pocos errores, parte de sus recordadas colaboraciones y también sus años con los Screaming Trees, probablemente a su pesar. Así despedimos a Mark Lanegan, el que mejor envejeció en términos creativos de toda la generación del grunge. Por Felipe Godoy Durante sus 36 años de carrera, Mark Lanegan hizo lo posible para que al día de su muerte no lo recordáramos como el vocalista de Screaming Trees. No es fácil encontrar a un músico que haya detestado tanto, prácticamente desde el comienzo, la banda que lo hizo conocido. Ahora, para entender cómo recayó en un proyecto musical al que nunca quiso pertenecer, es necesario volver un poco atrás. Hijo de profesores, nunca soportó la escuela, lo único que le importaba era el béisbol, y desde temprana edad comenzó a tener serios problemas con la autoridad, incluyendo a profesores, la policía y, por supuesto, sus padres. «Lo único que parecía generarle placer a mi madre era hacerme bullying y ridiculizar cualquier cosa en la que me interesara. Una de sus frases favoritas era decir “tú no eres mi hijo”, mientras me pegaba», expone sin anestesia en su libro de memorias “Sing Backwards and Weep” (2020). Odiaba su nombre, prefería que lo llamaran simplemente Lanegan, y los problemas con el alcohol y la policía comenzaron desde la adolescencia, así como también el amor por la música, una relación que el cantante cultivó de manera bastante íntima, ya que su pueblo natal no era precisamente la cuna del rocanrol. Es por eso que, cuando se dio cuenta de que los hermanos Lee y Van Conner tenían gustos parecidos, el acercamiento inicial fue natural. «Eres esa parte de mí que me faltaba La madre que nunca conocí El amor que nunca tuve Salí por las calles Siempre haciendo daño» ‘Apples from a tree’, 2020 La relación de Mark con los hermanos Conner nunca fue buena, especialmente con Lee, compositor plenipotenciario de letra y música en los Screaming Trees hasta “Uncle Anesthesia” (1991), el primer disco de la banda con una multinacional. Las peleas eran constantes y de alto calibre, incluyendo enfrentamientos físicos arriba del escenario, a vista y paciencia del público. Pero la razón para mantenerse por más de 15 años en el grupo era simple: las ganas de huir de Ellensburg, su pueblo natal al noroeste de Estados Unidos, eran más poderosas que cualquier otra cosa. Como recuerda en su libro, «desde que tengo memoria he odiado este pueblo lleno de rednecks derechistas ignorantes, con ese viento tan fuerte que esparcía el olor a mierda de vaca por todos lados. Sabía que había un mundo afuera esperando por mí y traté de escapar repetidas veces (…) Si esta banda me iba a sacar de ahí y me podía dar esa vida que tanto anhelaba, valía la pena cualquier indignidad, cualquier sufrimiento, cualquier tortura». Las inquietudes musicales de Lanegan siempre estuvieron lejos del formato más clásico del rock, acercándose más al punk de The Damned o al postpunk de Joy Division. No obstante, la música que más lo cautivó en la adolescencia –y que marcó la forma de componer en sus primeros intentos solistas– era la de autores como Nick Drake, Nick Cave y Leonard Cohen. «Esta música esencialmente acústica, personal y confesional parecía como si me contara mi propia historia. Me pegaba en algún lugar profundo y doloroso del que hasta ese momento no era consciente. Apenas los conocí dejé de escuchar cualquier otra cosa. Ya estaba bastante insatisfecho con lo que mi propia banda estaba haciendo, pero sumergirme en esta música profundamente íntima y conmovedora me hizo aún más difícil invertir energía en la bazofia que los Screaming Trees estaban haciendo». Lógicamente, tarde o temprano el cantante comenzaría a forjar su carrera solista, algo que comenzó a adquirir forma incluso antes de que la banda editara sus álbumes más aclamados. Fue un proceso de difícil despegue, repleto de dudas y con un Lanegan sumido en un natural síndrome del impostor. De hecho, cuando Jonathan Poneman de Sub Pop le ofreció grabar su primer disco solista en 1989, Lanegan no sabía tocar guitarra y su única contribución creativa hasta ahora en los Trees había sido «tratar de cambiar las letras más atroces de Lee Conner a algo un poco menos vergonzoso de cantar», confesaba. Le ofrecieron un contrato por tres discos y 13.000 dólares de adelanto por el primero, una suma nunca vista para él. Apurado por grabar antes de que el sello se diera cuenta del error que había cometido, compuso sus canciones al revés de como suelen hacerlo habitualmente los músicos: mientras trabajaba durante el día como reponedor de bodega en una disquería, tarareaba pedazos de letras y melodías que se le iban ocurriendo, y las memorizaba hasta llegar a la casa para buscar algunas notas en la guitarra que encajaran con su idea. Al poco tiempo se daría cuenta de que sus acordes volvían locos a los guitarristas profesionales, dado que eran demasiado extraños: no era común saltar de esa forma entre nota y nota siguiendo la melodía vocal. Su carrera solista comenzó lentamente a tomar forma y Screaming Trees empezó a adquirir notoriedad en el mainstream, pero los años que Mark Lanegan vivió en Seattle, entre 1988 y 1997, fueron el período más difícil de toda su vida, incluso más que la difícil infancia y adolescencia en Ellensburg. Hundido durante todo ese tiempo en una adicción a la heroína tan brutal como la que terminaría matando a sus grandes amigos Kurt Cobain y Layne Staley, tuvo que hacer malabares para poder cumplir con los compromisos que los Trees iban adquiriendo gracias al moderado éxito de discos como “Sweet Oblivion” (1992) –el único álbum de la banda que ha merecido su aprobación pública- y “Dust” (1996), que sería el último lanzado antes de la disolución del grupo. Se las arregló también para editar sus dos primeros LPs en solitario, “The Winding Sheet” (1990) y “Whiskey for the Holy Ghost” (1994), un disco que el cantautor estuvo a punto de botar en un canal, si no fuera porque Jack Endino se interpuso para evitarlo. Ambos obtuvieron buenas críticas, especialmente el segundo, aunque todavía mostraban a un Lanegan en proceso de aprendizaje y sin demasiadas herramientas para poder expresarse musicalmente. No había demasiado tiempo para aprender, en tiempos donde todo lo que pasaba en su vida giraba en torno a conseguir heroína, incluyendo la necesidad de convertirse en dealer de su círculo cercano para poder financiar su adicción (Kurt Cobain, de hecho, lo apodaba “The Night Porter”, tal como recordaría años más tarde en la canción ‘When your number isn’t up’). Finalmente, tocó fondo en 1997, no por sobredosis, sino principalmente por problemas con la policía que lo obligaron a huir de Seattle. Al verse acorralado, sin un solo peso ni un lugar donde vivir, aceptó la ayuda de Courtney Love, quien le había ofrecido financiar su rehabilitación en Los Ángeles. Feo Soy demasiado feo Soy feo por dentro y por fuera, no puedo negarlo Ámame Por qué se te ocurriría amarme Nunca nadie me ha amado hasta ahora, hermosa ‘Skeleton key’, 2020 Estoy tan cansado, tan despierto En términos creativos, y metiendo en el saco incluso a intocables como Chris Cornell o Pearl Jam, Mark Lanegan fue el que mejor envejeció de toda la generación del grunge. Esto radica en el prodigioso nivel compositivo alcanzado una vez salido de rehabilitación y ya asentado en Los Ángeles, a inicios del nuevo siglo, lejos de los demonios de Seattle. Así, si los primeros 15 años de carrera habitaron en un espacio intermedio entre el instinto de supervivencia y un tormentoso impulso autodestructivo, los 20 años que le sucedieron lo pillaron en estado de gracia, como alguien a cargo de su propia vida. Por fin. El sonido que el músico cultivó en el segundo tiempo de su carrera expresa un mundo interior siempre sombrío, pero de fértil paleta sonora, combinando ahora sí todas esas influencias que lo estimulaban durante su adolescencia, desde el minimalismo acústico hasta las distintas subcorrientes del postpunk, la new wave y la electrónica. Así, a la matriz blues rock, las guitarras acústicas y eléctricas, se sumaron las baterías programadas y sintetizadores, más una diversidad de ritmos y métricas. “Bubblegum” (2004) fue el que primero encarnó esta transición hacia un rock más sofisticado y “Blues Funeral” (2012) el encargado de cobijar el paso definitivo hacia un art rock único, capaz de incluir en el mismo relato y con absoluta consistencia el atrevimiento del krautrock y el dance punk, con la belleza sepulcral de la guitarra acústica. Lo interesante es que, si bien la visión artística y las habilidades para convertirla en música habían crecido, su forma de enfrentar el proceso compositivo no cambiaría tanto. Como contó en 2012 a Self-titled: «compuse un par de las canciones en el teclado y algunas en sintetizador y drum-machine, solo para darles un ángulo diferente. Pero después de eso le pasé todo el material a alguien que supiera tocar de verdad». De ahí en adelante, no habría vuelta atrás: los cuatro discos solistas posteriores seguirían la misma senda, desde el extraordinario “Phantom Radio” (2014) hasta el desgarrador y confesional “Straight Songs of Sorrow” (2020). Sálvame del fuego Y así como fue necesario cambiar de aire y amistades para superar la antigua vida, la construcción de este nuevo sonido se vio indudablemente facilitada por la aparición de un montón de nuevos amigos, con quienes forjó sólidas colaboraciones musicales. En los años inmediatamente posteriores a su salida de rehabilitación, uno de los primeros en tenderle la mano fue un joven Josh Homme, con quien había fraguado una buena amistad mientras éste oficiaba como segundo guitarrista de Screaming Trees durante la gira de promoción de “Dust”. Homme ya estaba ajustando los tornillos de su nuevo proyecto, Queens of the Stone Age, y además de invitarlo a colaborar en el fundamental “Rated R” (2000), también lo sumó a las “Desert Sessions 7 & 8” (2000), donde Lanegan pudo conocer a Alain Johannes, con quien la conexión fue inmediata. La dupla se volvería inseparable por los próximos 20 años, con Johannes oficiando de productor, ingeniero y/o instrumentista en todos los discos que el vocalista editaría de ahí en adelante. El círculo cercano al Rancho de la Luna no sería el único nicho de relaciones que Lanegan cultivaría durante este tiempo, involucrándose en insignes colaboraciones que dejarían grandes discos como saldo. Una de las más queridas fue la sociedad con su amigo Greg Dulli, con quien formó The Gutter Twins y alcanzó a editar un solo LP, “Saturnalia” (2008), cuya gira los trajo a ambos por primera vez a Chile. El músico suele ser muy cariñoso para referirse a sus amigos, pero con Dulli es especialmente enfático, como aclararía en una entrevista con Rockaxis en 2018: «Greg es mi mejor amigo y nuestra relación musical está subyugada a nuestra amistad (…) Somos muy fan uno del otro y haría cualquier cosa por ese tipo, y sé que él haría cualquier cosa por mí». La lista se extiende mucho más, pero entre las más duraderas resalta la colaboración de tres discos con Isobel Campbell, con quien la relación no fue del todo fluida, más dos interesantes experimentos de folk psicodélico con Duke Garwood. Además, entre los nombres que suelen repetirse en los créditos de sus propios discos resalta su esposa Shelley Brien –con quien tenía en ciernes un proyecto dark wave llamado Black Phoebe– y de Sietse Van Gorkom y Rob Marshall, quienes están entre los principales artesanos que lo ayudaron a pulir su particular sonido. A sus 57 años, Mark Lanegan estaba en su peak creativo. Tal vez por obligación, nunca miró hacia atrás y le hizo el quite a cualquier acto artístico que implicara un gramo de nostalgia. Una vida difícil lo obligó a mostrarse feroz con aquellos que se metían con él, pero incondicional con los que le entregaron amor, a pesar de todos los fantasmas que le rondaron desde siempre. Su vitalidad creativa era solo comparable a la de aquellos que sienten que no hay tiempo que perder, porque ya se ha perdido suficiente. Y es por esta historia que queda inconclusa que te echaremos de menos, Lanegan. Buen viaje. La luz viene hacia mí La luz me está llamando No tengo mucho de nada Excepto un poco de gracia Si, se siente tan bien ser libre. ‘Eden lost and found’, 2020 Tags #Mark Lanegan #grunge #Screaming Trees #Seattle Please enable JavaScript to view the comments powered by Disqus. 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