La Real Academia Española define a la “venganza” como la “satisfacción que se toma del agravio o los daños recibidos”, concepto que no podría definir mejor la carrera de Megadeth. Expulsado de Metallica debido a su comportamiento, Dave Mustaine toma revancha formando nada más y nada menos que a la segunda banda más importante del thrash metal, a fin de probar una y otra vez que tenía el talento suficiente para ser un nombre destacado en el heavy metal como fenómeno cultural. Varias formaciones, miles de discos vendidos y un solo objetivo: la inmortalidad. Para Mustaine, la sed de venganza no se calma ganándole a sus ex compañeros, sino que ganándole a una vida que ha sido difícil, pero que ha sido el motor para crear algunos de los discos más importantes en la historia del género.
¿Cuáles fueron los pecados que mandaron a este opus al rincón más profundo del catálogo de Megadeth? 'Kingmaker' - algo así como una variación de 'Children of the Grave', de Black Sabbath - es una partida razonablemente buena. 'Forget to Remember' no es precisamente metalera, pero es interesante en su vocación radial. 'Dance in the Rain' funciona hasta el quiebre porque luego se vuelve forzada e incoherente. 'Cold Sweat' tal vez sea la cúspide del disco, pero es un cover de Thin Lizzy. Fuera de esas, el descampado: 'Super Collider' es insulsa, 'Burn!' es aburrida, 'Built for War' es predecible hasta el hartazgo, 'Beginning of Sorrow' es insípida y 'The Blackest Crow' no tiene brújula. La voz preocupantemente gastada de Mustaine tampoco ayuda y la portada sepulta cualquier posibilidad de simpatía con un álbum que fracasa en todos los niveles posibles.
En la tercera y última entrega de Megadeth para Roadrunner todo aparenta abundar, menos la calidad artística: Muchos ingenieros, mucha participación de Johnny K - productor, responsable de labores técnicas, compositor y letrista en varios temas - muchos tracks y muchos minutos, pero pocas canciones de las que Mustaine y sus compañeros pudieran sentirse orgullosos. 'Sudden Death' asombra y consolida una apertura respetable. 'Public Enemy N° 1' es un buen tema, pero se parece demasiado a 'Tears in a Vial', publicada solo 7 años antes. 'Whose Life (Is It Anyways?)' y 'We the People' no despuntan, pero hacen que, hasta ahí, el álbum funcione, sin embargo, a partir de 'Black Swan', un disco que venía tropezando se cae para no levantarse más. Para colmo, otra de las escasas cumbres - 'New World Order' - es, en realidad, la regrabación de una pieza escrita a principios de los '90, la que sumada a otros 3 rescates transforma el recurso del reciclaje en sinónimo de sequía creativa y al opus en uno de los peores capítulos en la larga historia del grupo.
Contrario a lo que pasó con varios de sus compañeros generacionales, los 90 fueron una gran época para Megadeth, pero esta terminó con un disco bastante raro para su catálogo. Este octavo registro del colorado y su tropa es la despedida de Marty Fridman y el primero con el baterista Jimmy DeGrasso, inmiscuidos en un intento por repetir la llegada a las radios de rock alternativo, pero con una propuesta mal enfocada, un poco fuera de contexto y un tanto atrasada en medio de la eclosión del Nu Metal. Eso sí, a diferencia de otros discos bajos en su discografía, igual da manotazos de ahogado con canciones que pueden salvarse, a saber: ‘Prince of Darkness’, ‘Wonderlust’, que crece con cada escucha, y la suite de ‘Time’ al final, si es que el auditor logra llegar a ella antes de sacar el disco. El teclado raro de ‘Insomnia’, la monotonía de ‘Crush Em’ o el coro extra azucarado de ‘Breadline’ nos dejan sobre la mesa a lo menos representativo de una banda que no solo malentendió los códigos de la época, sino que fue incapaz de repetir lo que sí había logrado en “Cryptic Writings”, cuando tomaron un riesgo que podían manejar. Mirándolo por el lado positivo, hace bien escuchar este tipo de discos de vez en cuando para tener otras perspectivas de agrupaciones que a la larga lograron enrielar su camino. Al menos acá se esforzaron por hacer algo distinto y no se quedaron marcando el mismo paso con resultados insípidos (sí, te estamos mirando a tí “Supercollider”). Aunque “Risk” fue muy polémico y mal recibido en su tiempo, Megadeth se encargaría de entregarnos otras obras dignas para ocupar lugares más bajos de la tabla en la década del 2010.
El undécimo larga duración de Megadeth contaba con algunos elementos que permitían ilusionarse con una obra a la altura de su predecesor, el esperanzador "The System Has Failed". Mustaine había logrado consolidar una banda, especialmente gracias a los hermanos Drover, consiguió un contrato con Roadrunner y sumó al reputado Andy Sneap en la producción y labores técnicas. Además, el ex Metallica escribió canciones descollantes como la electrizante y espectacular 'Sleepwalker', la maideneana 'Washington Is Next!' o la demoledora 'Gears of War'. Sin embargo, el esfuerzo se intoxica de irrelevancia y mediocridad por cortes como la desconcertante e innecesaria reversión de 'A tout le monde', donde participa la italiana Cristina Scabbia, de Lacuna Coil, la anémica 'Blessed Are the Dead' o la remolona 'Amerikhastan'. Asimismo, lo que parecía una propuesta lírica que retomaba el lado más político del pelirrojo no era más que la fachada para una perorata conspiranoica y ultraderechista, ingredientes que condenaron al opus a un incuestionable puesto en lo peor de la discografía de los 'Deth.
Tras el fracaso comercial que había sido “Risk”, lamentablemente el último disco de la megamuerte junto a Marty Friedman, Dave Mustaine se denominaba así mismo como el “héroe” que debía rescatar el Metal o al menos traerlo de vuelta. Para tal efecto incorporó a la banda a un gran guitarrista como Al Pitrelli (Alice Cooper, Asia, Trans-Siberian Orchestra), si duda un hacha de clase, pero más de la escuela del Hard Rock que del Heavy y el Thrash, razón por la cual este fue el único disco que grabó con la banda, la que se completaba con el sempiterno escudero Dave Ellefson en el bajo y el enorme Jimmy DeGrasso en la batería. Musicalmente el disco transita en un Heavy melódico exento de la furia thrash de la era dorada, pero con un puñado de muy buenas canciones donde destacan las notables ‘Dread And The Fugitive Mind’, ‘Disconnected’, la balada ‘Promises’ y ‘Return To Hangar’ que fue un intento de hacer una segunda parte del himno ‘Hangar 18’. La producción de Bill Kennedy es una de las mejores que ha tenido un disco de Megadeth, lo que hace que la placa tenga una sonoridad realmente exquisita.
Tras una severa lesión en unos tendones de su brazo que requirieron cirugía, el colorado Mustaine incluso llegó a pensar que nunca más podría volver a tocar la guitarra, por lo que había disuelto la banda tras completar la gira mundial de “The World Needs A Hero” en el 2002. Pero tras la recuperación se sintió tan afortunado y feliz, que comenzó a componer nuevas canciones en lo que originalmente iba a ser un disco solista, pero todo el mundo que escuchaba los tracks, le decían a Dave que este material sonaba rápido y furioso como en la era dorada de Megadeth, así que con la ayuda de músicos de sesión como los enormes Vinnie Colaiuta en batería, Jimmie Lee Sloas en bajo y un viejo conocido, Chris Poland en guitarra, uno de los mejores discos de Megadeth post 2000 cobró vida. Canciones como ‘Blackmail The Universe’, ‘Die Dead Enough’, ‘Kick The Chair’ y ‘Of Mice And Men’ son tremendos ejemplos de que Mustaine estaba de vuelta con todo y con una gira que lo trajo a Chile en un repleto, extenso e inolvidable show en el Court Central del Estadio Nacional, donde el colorín prometió que nunca más disolvería Megadeth y que la banda seguiría hasta el fin de los tiempos.
“El Fin del Juego” es otro de los más sólidos y notables discos de la era moderna de Megadeth. Producido por el gran Andy Sneap (Testament, Kreator, Accept, Saxon), la consistencia del disco se debe también a las tremendas performances de Mustaine junto a Chris Broderick (Jag Panzer) en guitarra y del ahora retornado James Lomenzo (White Lion, BLS) en bajo, quienes alcanzan un nivel rutilante en la placa donde canciones como la instrumental ‘Dialectic Chaos’, ‘This Day We Fight’, ’44 Minutes’y ‘Head Crusher’ muestran un renovado poder de fuego de la banda. En una discografía extensa como la de Megadeth con altos y bajos, sin duda este es uno de los discos que hay que rescatar de la quema sin pensarlo dos veces.
Tras algunos trabajos realmente decepcionantes como “Thirteen” y sobre todo el insufrible “Super Collider”, Megadeth necesitaba con urgencia una renovación total antes de caer sumidos en el olvido y la intrascendencia. Se intentó una reunión con Menza y Friedman pero las negociaciones no prosperaron y con la ayuda de Chris Adler (Lamb Of God) en batería y la contratación de todo un as bajo la manga como lo fue la del gran Kiko Loureiro (Angra), el colorado Mustaine se despercude, se vuelve a enojar y factura su mejor disco en un largo tiempo. “Dystopia” es un huracán de aire fresco donde mucho tiene que ver la magia guitarrera de Loureiro, para muchos el mejor hacha que ha tenido Mustaine a su lado desde Marty. Tracks asesinos como ‘The Threat Is Real’, ‘Bullet To The Brain’, ‘Post American World’, ‘Poisonous Shadows’ y la gran instrumental ‘Conquer Or Die’ dan cuenta de un disco sin fisuras ni puntos bajos, un renacimiento que le devolvió la credibilidad a la banda y que la puso nuevamente en la primera línea de la escena mundial.
Megadeth debía confirmar con un nuevo gran disco su tremenda levantada y remontada conseguida en ‘Dystopia’, pero un cáncer de garganta de Mustaine y la pandemia se interpusieron en los planes, peso a eso, y al contar con más tiempo para trabajar en el material, lo malo se convirtió en algo bueno y “los enfermos, los moribundos y los muertos” es un gran nuevo álbum que presenta el debut en el estudio de Dirk Verbeuren en la batería y el regreso de James Lomenzo, aunque los bajos fueron re-grabados por Steve Di Giorgio luego de la expulsión del histórico Dave Ellefson por su “escándalo sexual” (que solo fue escandaloso para Mustaine). Con Kiko Loureiro participando activamente en la composición de los tracks, la placa tiene temazos furibundos como la canción que le da título al álbum, ‘Night Stalkers’, ‘Dogs Of Chernobyl’, ‘Celebutante’ y ‘We’ll Be Back’, que dan cuenta de que el poder de fuego de la banda se mantiene intacto y nos abre el apetito para una visita ad-portas para presentar este nuevo material en el primer trimestre del próximo año. ¡No está muerto quien da la pelea!
07- Killing Is My Business... and Business Is Good! (1985)
"Construir la bestia perfecta lleva tiempo. Estaba sediento de sangre. Quería romperle el culo a Metallica y no podía hacer eso con principiantes", confesaba Dave en su autobiografía. Esa bestia, finalmente, fue un animal de 4 cabezas - Mustaine, Ellefson, Poland y Samuelson - que escupió un estreno urgente y agresivo, frenético y despiadado. El disco debut del Big 4 favorito de Scott Ian tiene evidentes problemas de producción - recibieron inicialmente solo US$8.000 por parte de Combat, de los cuales gastaron la mitad en carne picada, cocaína y heroína -, pero se convirtió en un trabajo relevante gracias a los elementos jazzeros aportados por Chris y Gar, la introducción siniestra y el pulso electrizante de 'Last Rites/Loved to Death' o el estupendo cover de 'These Boots are Made for Walkin', de Nancy Sinatra y que se convertiría en el track más popular del álbum. El registro tiene otras canciones buenas como 'Skull Beneath the Skin' y 'Rattlehead', pero, en cierto modo, es un proyecto fallido al que se le notan demasiado las costuras. No está dentro de lo más selecto del catálogo de los estadounidenses, pero sí es una declaración de principios vibrante y eufórica, el big bang furioso y expansivo cuya materia compuesta de imaginación delirante, talento y droga inauguró una carrera inmensa y fulgurante. "You’d better believe it!"
Este séptimo registro de Mustaine y compañía es el último aliento de su formación de oro, la que fue capaz de darnos clásicos imperecederos en la historia del metal. Si bien “Cryptic Writings” no tiene la altura de sus predecesores inmediatos, tiene la gracia de continuar la arremetida comercial con canciones amigables para la radio rock, sin descuidar la potencia y el buen gusto, o sea, todo lo que no lograron repetir en el siguiente “Risk”. Sacando sus trapitos personales al sol, el veneno de ‘Trust’ es un poderoso abrelatas que avizora un disco quizá más simple en términos instrumentales, pero no por eso menos rescatable. ‘Almost Honest’ suena fresca hasta el día de hoy, con todos sus elementos bien puestos y una sección media con una melodía ganchera que destila onda. Hasta se dan la molestia de dejar riffazos como el de ‘Mastermind’ o trallazos como las injustamente olvidadas ‘The Desintegrators’, ‘Vortex’ y ‘FFF’, canciones que conservan parte de su ADN clásico, o la maravillosa ‘She-Wolf’, que sí logró trascender las barreras del tiempo. En lo demás, ya se nota un desgaste general con ideas que no terminaron de cerrar, pero aun así “Cryptic Writings” se las arregla para ser recordado como un disco que no es brillante, pero que le gana por goleada a varios otros en una época de cambios, no solo para los mismos Megadeth, sino que para varios nombres del thrash y del metal clásico que no vivían sus días mayor visibilidad.
El reconocimiento artístico y el suceso comercial de su anterior álbum generaron una inmensa expectativa en torno al tercer disco de Megadeth. La inclusión por parte de Capitol de Paul Lani, famoso por su trabajo junto a Rod Stewart, como productor y encargado de la mezcla multiplicaba las miradas. La formación responsable de los 2 primeros registros se desplomó por culpa de las drogas, las que afectaron miserablemente a Gar y Chris, costándole su salida el verano del '87. Sus reemplazantes fueron Chuck Behler - técnico de batería de Samuelson y cuyo desempeño en esas tareas le hizo obtener el puesto de manera instantánea - y Jeff Young, profesor de guitarra de Jay Reynolds, de Malice y primera opción de Mustaine para la faena. La dinámica directa y sencilla de Behler era el ingrediente perfecto para bombazos como '502' y la capacidad y talento de Young ayudaron a esculpir monumentos como 'Into the Lungs of Hell' o 'In My Darkest Hour', una de las más grandes composiciones en la historia del grupo. Otras cumbres del opus son la rockera 'Liar', dedicada a Poland por robar los equipos del conjunto para comprar substancias y el contundente final con la trepidante 'Hook in Mouth'. A pesar de esas piezas y de otras como el cover de 'Anarchy in the U.K.', cuyo solo fue registrado por el mismísimo Steve Jones, la mezcla - a cargo, finalmente, de Michael Wagener - dejó a la placa enterrada en reverberación, dándole una sensación incómoda de suciedad que puede haberle impedido lograr mejores opiniones y encumbrarse en un lugar más alto en este ranking.
Este sexto disco de Mustaine y compañía despierta varias pasiones. No son pocos los que lo consideran su favorito, ya hay varias razones para ello. ‘Reckoning Day’ debe ser una de las aperturas más sólidas de su discografía, con un coro de acordes abiertos magistral y que se queda incrustado en la cabeza. Acá están dos de los singles más fuertes de toda su carrera, ‘Trains of Consequences’ y ‘A Tout Le Monde’, cortes que hace bastante tiempo se aseguraron su lugar entre los clásicos de toda la historia del rock y del metal, además de tener composiciones enfocadas, coherentes y sólidas como ‘Addicted to Chaos’, ‘The Killing Road’, ‘Blood of Heroes’ o la titular ‘Youthanasia’ Sin embargo hay otros que no le dan tanto crédito y lo sindican como una baja pronunciada en la triada discográfica que va desde 1990 a 1994, especialmente por el desprendimiento de las esquirlas de thrash que sí se podían observar en las dos placas anteriores en favor de un metal más acorde con la época, radial y menos dado a la velocidad, reduciendo con todo sus cotas de dureza y agresividad. Con todas las alabanzas o críticas que pueda despertar, es innegable que este registro tiene asegurado su lugar entre los cinco discos más destacados de toda la historia de Megadeth, una época brillante en la que si bien no nos regalan un disco tan redondo como los primeros tres lugares de este ranking, sí dejan para la posteridad un álbum en el que se nota un espíritu más colaborativo para toda la escuadra liderada por el colorado Mustaine. En un 1994 de lanzamientos metálicos irrepetibles, “Youthanasia” ayudó a que Megadeth se pusiera en la primera línea en la ofensiva mediática de las guitarras pesadas.
Poco más de un año después de "Killing is my Business", aparecería el opus que puso en el mapa a Mustaine y su nuevo engendro. Solo basta ver la icónica portada hecha por Ed Repka para darse cuenta de que el cuarteto había dado un salto cualitativo en su proyecto de alcanzar el trono del thrash (y de aniquilar a su ex grupo, obviamente: "No era suficiente que a Megadeth le fuera bien, yo quería que Metallica fracasara", declaró en alguna ocasión el colorado). Aclamado por la crítica y con buenas cifras comerciales - terminó convirtiéndose en platino -, todo en este disco huele a trascendencia: La encarnación de Vic Rattlehead, los clips - "What is this garbage you're watching? I want to watch the news"..."This is the news!" -, la línea de bajo y el estribillo de 'Peace Sells', 'Wake up Dead' y su quiebre que hipnotiza y hace saltar a las audiencias del globo cada vez que suena en vivo, la introspectiva, elegante y aplastante 'Good Mourning/Black Friday' o la oscura, intrigante y trepanadora 'The Conjuring', excluida por años de los directos debido a la conversión de Dave al cristianismo. Y si en su debut probaron versionando a Nancy Sinatra, ahora apostaron cubriendo a Willie Dixon en una sólida y energética visita a 'I Ain't Superstitious'. El autodenominado Macho Alfa cambió de sello - de Combat pasó a Capitol - y trabajó con el productor Randy Burns, quien antes había colaborado con Suicidal Tendencies, Possessed y Lizzy Borden, pero mantuvo a sus compañeros de banda, en una determinación que le permitió no solo firmar uno de los clásicos más grandes de Megadeth, sino también uno de los registros más respetados y eternos en la historia del metal ¡Obey!
El dicho popular dice que no hay primera sin segunda, y vaya que la frase se puede aplicar bien cuando analizamos el impacto de “Countdown to Extinction”. Si “Rust In Peace” ya había demostrado que Megadeth empezaba la década de los 90 con todo, este quinto largo vino a solidificar esta afirmación golpeando la mesa desde su arranque con ‘Skin o’ my Teeth’. Con letras bastante políticas y una reducción de la complejidad instrumental justo en su punto, lograron edificar varios de sus clásicos como ‘Sweating Bullets’ o ‘Symphony of Destruction’, probablemente la más transversal de su carrera. ‘Foreclosure to a Dream’, ‘Ashes In Your Mouth’ y la titular ‘Countdown To Extinction’ también son parte del brazo armado que confirmó su coronación en el mainstream con un disco muy directo y con un ojo clínico para combinar técnica y agudeza melódica. Su contexto también es importante porque representa dos cosas distintas en la historia del rock y del metal, pero que son muy complementarias. Por una parte, reafirma que el thrash metal, al menos en las grandes ligas, no vivía sus mejores días, ya que dos de sus mayores exponentes, Metallica y Megadeth, se desmarcaron del género tanto con el “Black Album” como con el “Countdown to Extinction” como muestra de evolución y visión. En cambio, es parte de una camada de registros que mantuvieron la bandera de las guitarras pesadas junto a “Vulgar Display of Power” de Pantera, “Revenge” de Kiss, “No More Tears” de Ozzy Osbourne, y “Painkiller” de Judas Priest en medio de la explosión grunge en la primera mitad de los 90, un hecho no menor porque estaban apuntando a algo más grande que representar un género en específico. Una formación ganadora, 11 cortes efectivos e inmortales, una carátula icónica y un sonido mayúsculo, ingredientes que funcionan armónicamente para crear esta sinfonía de la destrucción que resuena hasta el día de hoy.
“Rust In Peace” es todo lo que está bien en la discografía de Megadeth. Vigor, agresividad, contundencia, letras afiladas y una arquitectura sónica grandilocuente facturada por una alineación de oro se combinan para generar el mejor disco de su historia. Desde ‘Holy Wars...The Punishment Due’ hasta ‘Rust in Peace... Polaris’, no deja nada al azar, cada canción importa a la hora de recorrer esos 40 minutos de brutalidad que toman por asalto. Además de la canción que inicia este cuarto largo, ‘Hangar 18’ y ‘Tornado of Souls’ no solo se erigen como sus puntos más destacados, sino que pasaron a convertirse en esos cortes infaltables de cada setlist del colorado, lo que prueba su capacidad para viajar por las barreras del tiempo sin contrapeso. ‘Take No Prisoners’, ‘Five Magics’ o ‘Poison Was the Cure’ son esas favoritas de siempre, las que conforman el músculo del disco complementándose con ‘Lucretia’ o ‘Dawn Patrol’, que quizá no están entre las más mencionadas dentro de los múltiples análisis a esta placa, pero que tienen un encanto absoluto entre la marejada de riffs intrincados, cambios de compases inesperados, secciones múltiples desde la sala de máquinas dirigida por Ellefson y Menza, además de la tonelada de solos de guitarra en la que Mustaine y Friedman combaten codo a codo. En la prensa musical anglosajona estos discos se llaman ‘game-changer’ porque son los que cambian las reglas del juego, esos puntos de inflexión que provocan un verdadero tornado en los géneros. Estas nueve canciones son una fotografía de su momento histórico, con un discurso que expele rabia contra la guerra, la política, la religión y las conspiraciones a principios de la última década del siglo XX, y se ubica como uno de los puntos más altos del thrash metal, que desde ahí empezaría su camino cuesta abajo en la rodada. Megadeth tiene fácilmente tres discos que podrían haber ocupado el podio, pero “Rust In Peace” tiene el mérito de contar con su formación más recordada, un tema importante en una banda en la que salen y entran músicos constantemente, de exhibir un arte icónico a cargo de Ed Repka y de dejar la vara muy alta para todo el entorno de las guitarras pesadas, cuestión que a una mente competitiva como Mustaine le importa demasiado en la guerra sagrada por la inmortalidad. Clásico de clásicos.
Pablo Cerda, Cristian Pavéz y Mauricio Salazar
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